Que difícil es introducirse en el cerebro de dos viejos dañados por la vida, qué difícil es poder siquiera comprender cómo funciona la mente y el corazón de un par de personas que acarrean profundas heridas. El mismo dolor, las mismas marcas, el mismo veneno, las mismas llagas. Cuán profundamente deteriorada puede estar el alma para vivir en un eterno círculo de daño sin retorno, el eterno presente devastador que castiga todo a su paso, que extirpa ilusiones y esperanzas, treguas y cariños, la estabilidad y la alegría, que no perdona a su paso y que solo anida rencores.
Vorágine vital que solo menoscaba el interior de mi pecho, el interior de sus pechos, el interior de los nuestros.
Corazones ensombrecidos que se alimentan de curiosa suciedad y que raspan hasta la fibra más sensible de su entorno, una bomba de tiempo que siempre está al filo de los segundos esperando estallar y penetrarnos con su viscosa angustia.
No hay perdón, no hay olvido, no hay futuro.
Por mi parte, si hay perdón, si hay olvido, si hay esperanzas y sí quiero un futuro.