sábado, 10 de abril de 2010

[ 27 de Febrero de 2010 ]


En 2 minutos y 45 segundos pueden ocurrir muchas cosas inimaginables; puedes perder tu hogar y ver cómo el fruto de tu esfuerzo es devastado; puede desaparecer una localidad completa, sus triunfos y alegrías; puedes ver como la vida se te escapa de las manos sin recordar cuándo fue la última vez que pensaste en la muerte; tu corazón puede ser arrebatado mientras ves partir desgarradoramente a quienes complementan tu ser, y queda un hueco profundo, la mirada vacía, el cerebro nublado, la sangre congelada, las manos sin tacto, los pies sin camino. En 2 minutos y 45 segundos puede desfilar la vida ante tus ojos y culparte por lo que no amaste, por lo que no sentiste, por lo que no perdonaste; puedes sentir en la oscuridad el latir de tu corazón y recordar al Dios que nunca amaste. El ambiente se tiñe de luto y en el colectivo hay una sensación de tristeza. Solo 2 minutos y 45 segundos se necesitan para revivir antiguos temores, para que afloren las inseguridades que te vuelven vulnerable, una especia de tristeza y decaimiento. Una absurda culpa por estar bien y por no haber sido castigados de manera pareja, ¿Cómo se retoma la vida luego de una catástrofe de tal magnitud?